El entrenamiento actoral comienza preparando el instrumento: el cuerpo. Lo hacemos a través de rotaciones articulares, estiramientos, respiración activa, y una serie de dinámicas que obligan al actor o actriz a responder sin pensar. La repetición sistemática de una acción que no involucra un proceso de raciocinio para llevarla adelante, nos conduce inevitablemente hacia una presencia escénica desbordante

¿Por qué? Porque cuando el cuerpo va más rápido que la mente, aparece lo más honesto de nosotros. Se activa la intuición física, ese conocimiento milenario que todos llevamos adentro, incluso sin saberlo. 

En ese estado de alerta, el cuerpo empieza a generar acciones verdaderas, compulsivas, urgentes. Y ahí es cuando ocurre la creación: cuando el actor o actriz deja de actuar para parecer, y empieza a actuar para ser

Este estado no se alcanza desde la voluntad de “hacer bien” una escena. No se trata de agradar ni de ejecutar correctamente una consigna. Se trata de habitar el espacio con urgencia y entrega. De confiar en que el cuerpo tiene memoria, intuición y verdad, y que lo más profundo de nuestra historia puede emerger cuando dejamos de querer controlar el resultado. 

Para eso entrenamos. Para vaciarnos de juicio, de intención decorativa, de intención dramática. Para encontrarnos haciendo, no fingiendo. El estado creativo es incómodo, desafiante y, a la vez, adictivo. Porque una vez que lo sentís, sabés que ese es el lugar. El lugar donde no hay mentira. Donde el arte ocurre. 

En IFAM trabajamos para que ese estado no sea una excepción, sino un hábito. Un entrenamiento físico, emocional y escénico que permita a cada persona encontrarse con su potencia creadora. 

 

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