
En IFAM no entrenamos actores y actrices para que actúen algún día. Nuestra propuesta es que el escenario llegue cuanto antes. Que la experiencia escénica no sea la meta lejana, sino parte del proceso de formación desde el comienzo.
Desde el primer montaje, buscamos que cada actor y actriz en formación incorpore hábitos de excelencia profesional: la disciplina de trabajo, la puntualidad, la asistencia comprometida, la letra sabida en tiempo y forma, la propuesta en pie, la ubicación precisa en el ensayo, el aporte generoso al proceso creativo. Porque actuar también es eso: saber estar, sostener y convivir en escena.
Montar una obra con estudiantes no es solo un paso lógico: es una declaración. Creemos que actuar no se aprende solamente entrenando, sino actuando de verdad, frente a público, en situación, con el cuerpo, el texto y el miedo trabajando al mismo tiempo.
Cuando los alumnos y alumnas se enfrentan a un montaje, se activan en ellos dimensiones que en clase no siempre aparecen: la responsabilidad del todo, la conciencia del grupo, la escucha profunda, la economía de recursos, la repetición como herramienta de precisión, el trabajo con la escenografía, el vestuario, la luz, el tiempo real… Todo eso forma, enriquece, transforma.
Además, el montaje conecta directamente con uno de los pilares de nuestra escuela: la autogestión. Queremos que cada actor y actriz que se forme en IFAM sepa también cómo armar un proyecto, cómo sostenerlo, cómo comunicarlo. Que vivan el teatro como un oficio completo, no como una espera eterna de oportunidades externas.
Trabajamos con obras clásicas, contemporáneas o creaciones originales. Lo importante no es el título, sino lo que despierta en el grupo. El proceso creativo se convierte en una herramienta de aprendizaje viva, donde las técnicas se aplican en contexto, y el alumno o alumna deja de “hacer ejercicios” para empezar a construir sentido escénico real.
Los montajes no son una actividad extra en IFAM. Son el corazón de nuestra propuesta. Porque ahí se ve todo: la formación, el compromiso, el crecimiento, la sensibilidad, la técnica y, sobre todo, el deseo.
— Nicolás Pérez Costa